Utilización de glosarios en traducción jurídica: pros y contras
A lo largo del tiempo que llevo realizando traducciones jurídicas e impartiendo cursos de traducción especializada, he detectado que el mundo está dividido en dos secciones: los que aman trabajar con glosarios y los que los odian. Compartiré unas reflexiones al respecto y os reto a que tratéis de averiguar a qué grupo pertenezco.
Buena parte de los cursos que imparto se centra en invitar a los alumnos a que elaboren su propia metodología de trabajo para la traducción especializada. Esta tiene que tener en cuenta tanto los aspectos profesionales como las circunstancias personales de cada traductor.
En lo que respecta a lo profesional, trabajamos con variables como la dificultad de los textos, su tipología dentro del marco jurídico, financiero o contractual, el cliente o receptor del encargo, etc. Por otra parte, es necesario integrar esta metodología en nuestras circunstancias personales: no es lo mismo elaborar un encargo de traducción en pleno confinamiento y con gente menuda rondando por casa, que disponer de un horario sin interrupciones y trabajar unas horas seguidas mientras suena un disco de Emmylou Harris.
Por lo tanto, la metodología de trabajo de la traducción especializada ha de elaborarse personalmente teniendo en cuenta estos parámetros y de una manera dinámica, puesto que nuestras circunstancias cambian continuamente. Nuestro método de trabajo es un conjunto de técnicas, recursos y amuletos que tenemos que adaptar, desarrollar, actualizar e, incluso, reinventar. Conforme pasa el tiempo y vamos variando nuestro repertorio de encargos realizados, el proceso se simplificará y nos resultará más fácil abordar las traducciones, pero la metodología permanecerá siempre con nosotros, por lo que es muy recomendable que la trabajemos desde el principio.
Centrándonos en los glosarios, estos pueden venir de fuentes externas o ser elaborados por nosotros a lo largo de los años. Existen muy buenas herramientas en línea que podemos consultar de manera gratuita y que contienen términos muy especializados. En este caso, será necesario examinar la fuente de traducción y solo podremos confiar en glosarios emitidos por organismos rigurosos. Por otra parte, los glosarios de terminología jurídica elaborados por uno mismo, son una valiosísima herramienta precisamente para su autor, que siempre recordará por qué incluyó esos términos y a qué encargo le recuerdan. Estos tesoros personales acumulan años de experiencia en este oficio.
Sin embargo, como jurista, sé que hay términos jurídicos idénticos que no significan siempre lo mismo. La misma palabra puede ser traducida de varias formas dependiendo, por ejemplo, del emisor del texto o de su tipología dentro de las categorías jurídicas. Por eso me resulta muy arriesgado confiar en la traducción de un término sin contrastar su significado en más de una fuente. En este sentido, los glosarios se quedan cortos en traducción jurídica.
Otra variable que supone una desventaja en cuanto al uso de los glosarios es la concepción misma del oficio de traductor jurídico. Trabajamos para que distintas personas con idiomas y culturas diferentes puedan llegar a acuerdos complejos que conllevan grandes responsabilidades y obligaciones. Minimizar esta fantástica actividad a una lista a doble columna puede resultar simplista y aburrido. De hecho, pienso que es maravilloso ampliar nuestros recursos de traducción, mantener nuestras fuentes actualizadas y consultar nuevas acepciones de los términos con los que trabajamos, que también acusan el paso del tiempo.
A grandes rasgos, estos serían los pros y contras de los glosarios en traducción jurídica. Cuando corrijo ejercicios de metodología, alabo la labor de estudiante porque, como he comentado, es necesario trabajar en ella desde el principio. Es ahí donde observo que hay alumnos que elaboran con mimo glosarios ex novo y otros que pasan de puntillas por este recurso traductológico y no los incluyen en su metodología. Y me da la sensación de que las reacciones a los glosarios están polarizadas: como ocurre con el Marmite, “You either love it or hate it”. Aquí sí que me pronunciaré: soy una lover y, con el Brexit, cada vez me resulta más difícil localizar puntos de venta de este peculiar producto.
Utilizando el refranero patrio, recogido de forma sublime y multilingüe en la página web del Instituto Cervantes, pienso que cada maestrillo tiene su librillo; aunque yo secretamente milite con fervor en uno de los bandos de los traductores jurídicos. ¿Habéis adivinado en cuál?
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