Para empezar, que unas y otros han llegado muy alto: estos, en la escala social; aquellas, en la escala métrica. Pero hay más, y es que los ricos también lloran… y las mayúsculas también tildan. Al fin y al cabo, las tildes son como lagrimitas que manan de las letras. Aunque estas, las letras, sean grandes o incluso mayúsculas, lloriquean para desahogarse de vez en cuando. Únicamente no lo hacen si forman siglas, como pasa con «CIA». Cuestión de alto estado, tal vez…
Pero hubo un tiempo en el que las cosas eran diferentes: los ordenadores no existían y las mayúsculas no se acentuaban. Entonces, las letras en caja alta, las grandes, no podían llevar tilde porque en las máquinas de escribir quedaba poco estético: el acento pisaba la letra y emborronaba el texto. Y lo mismo sucedía en las imprentas: el tamaño grande de la letra no dejaba espacio para la tilde en la pieza metálica, llamada tipo, que luego se imprimía.
Sin embargo, luego vino el PC, y las tildes cabían sobre las mayúsculas, y estas lloraron todo lo que no pudieron llorar bajo el dominio de Olivetti. Y así fue como se impuso la tilde democrática, y la minúscula compartió con su hermana mayor lágrimas y acentos.
Fue un momento grande para la ortografía, un antes y un después en la escritura. Las mayúsculas rompieron sus ataduras y ahora nada les impide lucir su preciosa tilde. Es más, la RAE se enfada si lo impedimos. Por eso, siempre que te topes con una mayúscula que se acentúa, recuerda añadirle esa lágrima que le ha costado tanto conquistar.
Puedes escribir sin temor a equivocarte…
Mi prima Águeda vive en Ávila, pero se marcha a África con sus amigos Álvaro Álvarez, natural de Écija, y Úrsula Íñigo, procedente de Álava.
… y dejar, así, que esas mayúsculas se desahoguen a gusto.
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