¿Te van las redundancias?

El Libro rojo de Cálamo y Cran

Fea costumbre que te convierte en alguien repetitivo y latoso. Cometer alguna de vez en cuando no importa, pero has de prestar atención a este defecto no sea que tus textos se vuelvan ilegibles de tan pesados. Menos mal que la instruidísima Mari Tilde está aquí para instruirte.

El plasta de los pleonasmos

Ay, Mari Tilde, eres mi último consuelo. Resulta que mi novio es muy pesado y me dice cosas tan horrorosas como «cariñín, metámonos dentro de la cama», «¿no quieres subir arriba ver las vistas, cielito?», «apaga la calefacción, amorcito, que estoy asado de calor»… Harta me tiene con sus diminutivos. Yo quiero que me llame, en todo caso, «amor» o «cielo» y, mejor aun, simplemente «Geli». ¡No esas cosas tan cursis!

Geli Frías Fonseca

 

O sea, Geli, que lo que te molesta son los apelativos cariñosos de tu novio y no el error ortográfico que comete. ¿Es así? Porque estaba entendiendo que te sacaba de quicio lo mismo que a mí: los pleonasmos, o sea las redundancias. Esos entrar adentro, subir arriba, asarse de calor…

Mira, aunque no sea eso lo que te enfada, y ya que has sacado el tema, deja que te diga unas cuantas cosas sobre las redundancias. La primera, que son el colmo del aburrimiento porque repiten lo que ya se ha dicho. ¡Eso sí que es pesado!, y no una palabrita cariñosa de tu adorable novio. Que nunca viene mal que nos muestren el amor que nos tienen.

La segunda es que, además de lo que has mencionado, es un pleonasmo la expresión tener todo el monopolio, porque el monopolio lleva implícito en el nombre ese todo, ya que implica el ejercicio de algo en exclusiva. Igualito, quizás, que tu cariñoso novio y tú, Geli, que os tenéis en monopolio como pareja porque no compartís ese estatus con nadie más (o igual sí, que en tiempos del poliamor nunca se sabe).  

La tercera cosa: tampoco son correctas las expresiones más mayoría y más mayor. Y es que la mayoría no admite gradaciones: o se tiene o no se tiene, pues es la máxima parte de algo. Por otro lado, podemos decir o escribir más mayor solo cuando establecemos una comparación: Te encuentro más mayor. Pero no si hablamos en términos absolutos: Grego es mi hermano mayor, o sea el mayor de todos, y Joaco es mayor que yo pero no más mayor que yo.

La cuarta es que siempre que estrenamos algo, este algo es nuevo: un bolso, una peli, un restaurante… Por eso no deberíamos estrenar unos zapatos nuevos sino estrenar unos zapatos. Y no hace falta decir que acariciamos con las manos o que vemos con nuestros propios ojos porque solo hemos de indicarlo cuando usamos un elemento distinto al que se sobreentiende: acariciamos con las palabras, como aseguraba Scott Fitzgerald y demuestra tu churri; o vemos con el corazón, en palabras de Saint-Exupéry.

La quinta cosa que tengo que decirte sobre las redundancias es una pregunta retórica, porque me sé la respuesta: ¿Rehacemos de nuevo, repetimos otra vez y volvemos a insistir? Pues no: rehacemos a secas como tú, Geli, que un poquito seca sí que te veo. Y repetimos o insistimos, sin más, cuando es la segunda vez que lo hacemos. Si emprendemos la tercera ronda de una misma acción, entonces sí que estamos repitiendo otra vez o insistiendo de nuevo. Ya ves lo pesadas que pueden ser las reiteraciones, puestas a afinar.

¿Y qué decir, para acabar, de aterido de frío, falso pretexto, prever con antelación, utopía inalcanzable, asomarse al exterior, bajar abajo, muerte definitiva, ejemplo concreto… y demás redundancias que tanta tabarra dan? Pues que a cortar por lo sano con ellas.

Y como no quiero ser pesada con este aburrido tema, seca Geli, no me extiendo más. Solo insisto en que tu novio me parece un tesoro a pesar de esos defectillos que le vemos tú y yo. Lo encuentro tan amable y dulce… No lo pierdas por unas acariciadoras palabras de más, que seguro que también ve en ti cosillas que no le gustan y se aguanta. Nadie es perfecto, ya sabes.

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