Pero ¿qué es un libro?

El Libro rojo de Cálamo y Cran

Los nuevos usos sociales replantean algunos viejos conceptos de nuestra cultura. Entre ellos, el del libro, con varios miles de años. 

En otro artículo comentábamos algunas características del libro como objeto de consumo, y que implicaban grandes cambios del uso social. En realidad, no sólo son cambios sociales sino estructurales, conceptuales, que llevan a repensar el significado de su propia definición. Para empezar, según la Academia:

Libro. (Del lat. liberlibri). m.

  1. Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen.
  2. Obra científica o literaria o de cualquier índole con extensión suficiente para formar un volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte.

Si de primeras describe que un libro es una cosa con hojas unidas físicamente (cosidas o pegadas), y por tanto es un objeto material con tamaño, forma y peso, entonces algo como un libro electrónico no merecería el nombre de libro, puesto que no es un objeto. El objeto es un lector, un mostrador de libros, con nombre difuso aún (puesto que contiene libros, es más bien un librero. «Me he comprado un librero con pantalla de 8″ y memoria de 6 GB»… tiene cierto sentido). El libro es solo un archivo digital, unos datos en una memoria.

Ocurre que muchos estudiosos actuales, que sufren de vértigo con los usos sociales de unas tecnologías que cambian tan deprisa, han anunciado que la proliferación de la cultura inmaterial va a suponer el fin del libro. Y que esto, si provoca el fin de un elemento milenario de la cultura humana, puede llevar a una dependencia espuria de la información instantánea, volátil, perecedera, y por tanto a desorden y caos sin retorno en la difusión del conocimiento. La hecatombe. El apocalipsis.

Buf. Pues bien, previsores en la segunda acepción, los académicos definen al libro no como un objeto material, sino como un producto intelectual: un conjunto de pensamientos escritos, tanto si forman un volumen físico y encuadernado como si no, es decir, un objeto intelectual más que un objeto material.

En otras palabras, un libro no necesita ser impreso para ser libro, no necesita estar encuadernado y cosido con una bella cubierta en cartón para ser libro, igual que una pintura no necesita tener un buen marco y colgar de un clavo para ser pintura, ni una canción necesita estar en un disco para ser canción.

Eso, que siempre fue obvio, es ahora cuando está calando al modificar su modo de consumo, igual que está cambiando el consumo y el comercio de la música. Es ahora, porque las ventajas del nuevo soporte están avasallando por mucho a los inconvenientes, como se comenta en el otro artículo citado arriba.

¿Es el fin del libro?

Si un novelista escribe una novela, esa obra se podrá maquetar, imprimir y distribuir, y también se podrá diseñar como archivo digital y distribuirse así, pero no por ello dejará de ser una novela, una obra literaria, un libro. En realidad, el concepto de libro es mucho más fuerte de lo que los tradicionalistas creen pues, realmente, está por encima del tipo de soporte en que se coloque. No es en absoluto el fin del libro, solo supondrá el fin del modo tradicional de comercializarlo, igual que la difusión de la imprenta supuso el fin del libro manuscrito, pero el libro (tras haber evolucionado) empezó una difusión explosiva a partir de ahí.

Ahora bien, tal vez no todos los libros evolucionen igual. En el ejemplo anterior, una novela será la misma novela aunque su soporte no sea impreso. Pero lo será porque la novela (como la pintura o la música) es un producto artístico, y por ello goza de una gran unidad, una gran cohesión interna. La sensibilidad colectiva le otorga un carácter de producto acabado, que se disfruta o se desprecia, pero que no se revisa.

En cambio, en otro tipo de obras literarias como un ensayo, el contenido pierde gran parte del carácter de obra de arte, y se acerca más al texto de divulgación u opinión, y por tanto, cuestionable, opinable y debatible a su vez. Eso lleva a que pueda ser revisado, ampliado, modificado… en otras palabras, en vez de sentirse como un producto acabado es probable que pase a ser una obra viva, y seguir evolucionando y creciendo con el tiempo. Eso haría que en vez de decir he escrito un libro, se pase a decir escribo un libro, pues nunca se podría decir que está terminado. Ya lo avanzaba Umberto Eco con su Obra abierta. Eso le acercaría a otros conceptos como el del blog, aunque tampoco, pues este está más cerca de la idea de revista o de diario, ya que los tres acumulan entradas pero no se revisan.

Este carácter provisional es incluso adecuado si pensamos en obras científicas. Por definición, la ciencia se revisa y amplía constantemente, de modo que un libro científico tiene casi más sentido si se actualiza cada cierto tiempo. Más aún, libros que en principio parecen tan definitivos como un texto de historia o una biografía también pueden necesitar revisiones por nuevas investigaciones, descubrimientos o datos relevantes que aparezcan tras su publicación. En todo caso, siempre se pueden destacar las partes actualizadas (con colores, desplegables, incluso enlaces directos, referencias cruzadas…), para orientar al lector, y siempre se podrá mirar la fecha.

Por tanto, incluso ese carácter provisional puede ser una forma de enriquecerlos como libros, y en consecuencia, de mejorar la difusión del conocimiento y de las ideas, que en definitiva es el objetivo final de todo el asunto.

Un libro ya no sólo no tendrá un lugar, sino que tampoco tendrá una extensión, un límite. Podrá decirse que un libro ya no está, sino que un libro es.

Eso, más que cualquier otra cosa, es un enorme cambio de paradigma. Y eso está muy lejos de ser el fin del libro.

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Fernando J. Salgado

Profesor de Diseño gráfico Diseñador gráfico, maquetador e ilustrador artístico, historietista y rotulista. Hace más de una década que forma parte del equipo de Cálamo y Cran.

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