El libro electrónico, un nuevo paradigma

El Libro rojo de Cálamo y Cran

 

El libro electrónico, eBook, ePUB…

Un libro electrónico es un reciente objeto cultural y de consumo que quizá no está del todo comprendido en todo su alcance. Si pensamos un poco con calma en su significado como concepto, sus implicaciones profundas podrían ser comparables a las que supuso el salto tecnológico del códice a la imprenta. Veamos:

Al principio, cuando hace siglos los libros se escribían a mano, un objeto-libro era una propiedad muy cara, un objeto de lujo que se adquiría en raras ocasiones, como ahora sería comprar una joya. Casi nadie compraba libros (y casi nadie sabía leer), como mucho la literatura de cordel (que se vendía en pliegos sueltos), y por tanto los libros sólo se encontraban en las casas de personas de gran riqueza o directamente donde se producían, en los scriptorium de los monasterios.

Por ello, el acto de “leer un libro” era prácticamente ajeno a la vida diaria común. Tampoco los estudiantes tenían libros, sino que escuchaban al maestro, quien sí leía libros por tener acceso a los de las universidades, pero seguramente él tendría pocos en su casa.

En cambio, cuando apareció la industria de la imprenta gracias a Gutenberg y otros, el libro pasó a producirse en masa, en serie, con lo que su coste bajó enormemente y por tanto su precio. Así “tener un libro”, aunque caro aún, pasó a ser factible para cualquier persona normal; dejó de ser algo minoritario y se convirtió en artículo de consumo y de comercio.

Todo esto hizo que “leer libros” pasara a ser algo común. Desde entonces, cualquiera con un poco de dinero podía leer obras de grandes maestros, y la cultura saltó los muros de monasterios y universidades y llegó a muchas casas. Eso supuso una revolución en el desarrollo y difusión de las ideas, y por tanto, no solo fue un cambio de consumo, sino un cambio de paradigma. Para empezar, hizo posible la explosión del Renacimiento.

¿Por qué comparamos ese cambio tecnológico con la aparición de los libros electrónicos? Parecería que es darle demasiada importancia a un cacharrito mono que pasará de moda y será desplazado por otro enseguida, pero no es así.

Hasta ahora, puesto que adquirir libros es muy asequible desde hace siglos, resulta que muchos libros pueden ser leídos por muchas personas pero, ¿cuántos son muchos?

Alguien aficionado a comprar libros puede poseer cientos o miles de libros en su casa. Alguien aficionado a las bibliotecas públicas puede leer decenas de miles. Pero ninguna de las dos posibilidades da acceso más que a una parte mínima del total de los libros que se han escrito, de los que quizá podrían interesarle. Además, un libro raro puede estar agotado en librerías, descatalogado en la editorial, o hallarse en una biblioteca lejana a su domicilio, e incluso puede que no sepa que tal libro existe.

Por otra parte, el acceder a muchos libros es factible y agradable, pero también hay que mencionar los inconvenientes del libro en papel:

  • Aunque baratos, poseer cientos o miles de libros puede suponer una cantidad muy seria de dinero.
  • Aunque ciertos libros interesen, puede que su interés sea muy momentáneo, muy circunstancial. Puede que lo leamos una sola vez en toda la vida.
  • El factor de su volumen: no siempre se tienen cinco o seis metros de pared para dedicar a libros.
  • Es posible que lo que nos interese de algunos libros sea sólo una parte, pero en la estantería queda el libro entero.
  • Desplazamientos y esperas: recorrer varias librerías grandes, viajar a bibliotecas alejadas, o bien pedirlo por internet y esperar su llegada.
  • Aunque sea obvio, producir libros en papel supone cortar árboles, que no sobran precisamente.
  • Y que el papel envejece: un libro caro en buen papel puede durar más de 100 años, pero uno barato en 40 o 50 años se reseca y se vuelve quebradizo. Apenas llegará a la siguiente generación.

Todo esto, en resumen, hace pensar muy seriamente en si merece la pena poseer en papel algunos libros toda la vida. Aunque para que conste, y que no haya malentendidos: soy un sincero amante de los libros en papel (cuando tuve delante un códice de ocho siglos en vivo, a medio metro de los ojos, juro que me emocioné), pero una cosa no quita la otra.

De modo que, ¿qué puede suponer el libro electrónico en este escenario?

Pues lo mismo que la existencia general de internet: en pocas palabras, que cualquiera con acceso a la red podrá tener acceso a miles de millones de libros sin desplazarse, sin esperas, sin llenar su estantería de libros momentáneos, sin el “compromiso emocional” de leerlos enteros por tenerlos en casa, y en cuanto el mercado se asiente mejor, por muy poco dinero. Pronto será factible, tranquilamente desde el sofá, rebuscar en bases de datos mundiales actualizadas a diario, que no descatalogarán nunca ningún título, que no tendrán límites geográficos y que podrán ofrecer obras en cualquier idioma. Es el camino para un día acceder a todos los libros. Cualquier libro, de cualquier autor, de cualquier época, de cualquier lugar del planeta Tierra. En todo momento y para siempre.

Eso no es un cambio de consumo, es un cambio de paradigma.

Si el salto tecnológico del códice a la imprenta, que supuso la difusión popular de las ideas, facilitó la llegada del Renacimiento, este salto tecnológico supone una difusión planetaria e instantánea, que acelerará (dándole mayor soporte documental) el gran cambio social, cultural, de pensamiento y de otros ámbitos que ya lleva años provocando internet.

Finalmente, la producción del libro también es mucho más rápida, como también puede serlo la respuesta del lector, la reacción o las réplicas. En algunos libros, eso puede acelerar por tanto las posibles reediciones y revisiones, con lo que un libro podría pasar de ser una cosa «terminada» a ser algo vivo, cambiante en el tiempo. Y eso podría llevar a cuestionar directamente el propio concepto de lo que conocemos como «libro».

Realmente, ¿qué es un libro?

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Fernando J. Salgado

Fernando J. Salgado

Profesor de Diseño gráfico Diseñador gráfico, maquetador e ilustrador artístico, historietista y rotulista. Hace más de una década que forma parte del equipo de Cálamo y Cran.

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