En medio de la polémica de los másteres (sí, el plural castellano del término máster —con su tilde— es másteres) aparece un signo ortográfico doble que, muchas veces, suele pasar desapercibido: las comillas.
Este signo de puntuación podría tener su origen en la antigua diple (< >), signo que, principalmente, se escribía en los márgenes para llamar la atención al lector sobre alguna palabra, oración, párrafo… o añadir algún tipo de corrección o solicitar una revisión. Además de esta función, también se documenta un uso accesorio de este signo para marcar citas, pues lo más frecuente era sangrar los textos (recurso que poco a poco fue cayendo en desuso para dar paso a la utilización de las diples y, posteriormente, nuestras actuales comillas).
En español utilizamos principalmente tres variantes —y esto lo saben bien los correctores profesionales— de este signo: las españolas o latinas (« »), las inglesas (“ ”) y las simples (‘ ’), de las cuales, las preferibles en primer lugar son las españolas, posteriormente las inglesas y por último las simples. Pero ¿para qué sirven?
Las utilidades de estas son varias. Por un lado, se usan para marcar connotaciones o significados particulares. Por ejemplo, en el caso de Luis es «cariñoso», el término entrecomillado pretende indicar al lector que esta palabra no tiene por qué interpretarse con los sentidos que se recogen en el Diccionario: ‘[…] que siente cariño’ o ‘[…] que denota o manifiesta cariño’. Dependiendo del contexto, podría interpretarse que Luis es más pesado que una vaca en brazos o extremadamente adulador. Por otro lado, para señalar que una palabra puede resultarle chocante o novedosa a quien la lea (Este niño lo que tiene es «mamitis»). Sin embargo, su uso principal es delimitar un discurso: marcar que las palabras y oraciones que están ahí encerradas no pertenecen al autor («Yo solo sé que no sé nada», dijo Sócrates).
Dejando a un lado los epistolarios, existen distintas formas de indicar que determinadas expresiones que se utilizan en el texto pertenecen a otro autor. La principal es el uso del estilo directo, es decir, usar las comillas con esta función. (Por cierto, recuerda que, según la Academia, el signo de puntuación oracional va siempre después de las comillas de cierre y no dentro de la cita). Sin embargo, también puede utilizarse otros métodos, como el utilizado con las citas exentas, que consiste en separar la parte citada del resto del texto (tanto de la que le antecede como la que le precede), sangrarla y, en ocasiones, reducir el tamaño de la letra o usar otra tipografía distinta para distinguir con claridad la cita del resto del texto.
Este sería un caso de cita exenta.
El objetivo de usar comillas o sangrar el texto para citar es el mismo: indicar al lector que esas oraciones no han sido formuladas por la misma persona que está redactando el texto (y es por esta cuestión surge la polémica). Además, se utilice un método u otro para introducir una cita, lo adecuado es indicar de dónde ha salido: quién la dijo, de qué lugar se ha tomado… En el caso de las que se aíslan entrecomillas, es posible indicar la referencia antes o después («¡Estoy cansadísima!», dijo María o María dijo exactamente esto: «¡Estoy cansadísima!»). Sin embargo, en el caso de las citas exentas, lo más habitual es citar la autoría al pie de la misma, en línea parte y, habitualmente, alineada por la derecha. Sin embargo, si las reproducciones que se realizan tienen carácter académico, la preferencia es indicar la autoría siguiendo las pautas de las referencias bibliográficas.
Con todo el revuelo del posible plagio en la tesis por parte del presidente del Gobierno, ahora surge una nueva polémica de plagio en un libro. Adriana Lastra, vice secretaria general del PSOE, ha contestado de esta forma a una pregunta sobre si comparecerá el presidente del Gobierno después de que se haya revelado que copió algunos párrafos de este libro de un discurso sin citar: «¿Trescientas palabras o quinientas palabras que no llevan comillas es un plagio? ¡Anda, por favor!». Me huele a que hay un editor y un corrector por ahí tirándose de los pelos.
La cuestión podría parecer absurda; sin embargo, igual que una coma es capaz de cambiar el sentido completo de una frase, no indicar de dónde se ha sacado un texto o quién es el autor (independientemente del sistema de citación que se utilice) podría ocasionar un problema legal, pues podría incurrirse en un caso de plagio (‘copiar […] obras ajenas, dándolas como propias’): un delito contra la propiedad intelectual. Por lo tanto, recuerda que, además de usar la cita en el texto, no debes olvidarte de añadir también las fuentes necesarias.
Que las referencias te acompañen.
Puedes profundizar sobre el uso de las comillas aquí; sobre sus posibles orígenes, aquí, y sobre las citas, aquí.
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