Si tus escritos no acaban de funcionar, puede deberse a un defecto de estilo muy fácil de resolver: la desproporción entre palabras. Porque el tamaño sí importa, y cuando hablamos de las vocablos más todavía. Mari Tilde saca su vara de medir para hablarnos del término justo.
Mide tus palabras, amiga
La inestable abandonada
Mari Tilde:
Se fue, se fue… Y yo sé que él se fue por mí, pues es que no me va ser feliz. Insistentemente la existencia me proporciona temporadas de desmedido padecimiento alternadas con brevísimos episodios de satisfacciones propiciándome inestabilidad permanente. ¡Qué gran cruz! ¡Qué mal ser así! Y él no me dejó sin más ni se fue porque sí: obviamente mi idiosincrasia imposibilita cualesquiera relaciones sentimentales prolongadas. Tal cual. ¿A que sí?
Inés Table
Ay, Inés, hija, qué poco estable te veo. Y no es solo por lo que me dices en tu carta, sino sobre todo por lo que detecto al leerte. ¡No tienes sentido del equilibrio! ¿Te has dado cuenta de la cantidad de monosílabos que encadenas al empezar? Y luego sigues con muchísimas palabras de cuatro y más sílabas. Pero cómo no va a ser tu vida un padecimiento con tal desproporción. ¿Es que tu madre no te dijo que los extremos no son buenos? Esto hay que arreglarlo, pero no para que recuperes a tu novio, sino para que seas mucho más feliz.
Mira, inestable Inés, al escribir es importante escoger bien las palabras y alternar en el mismo enunciado las largas con las cortas y con las medianas. Así evitas la disonancia que vuelve desagradable un texto. Fíjate qué mal suena, aunque no lo leamos en voz alta:
Se fue, se fue… Y yo sé que él se fue por mí, pues es que no me va ser feliz.
Es un enunciado de veinte monosílabos seguidos y un bisílabo como remate. Es como un tiroteo, chica. Luego sigues con una larguísima oración llena de palabras también larguísimas. Y la terminas igual, alternando tandas de palabras cortas y palabras largas. Poco equilibrado, la verdad.
Lo ideal, para que la lectura sea eufónica, es decir, para que suene bien aunque no se lea en voz alta, es no escribir más de tres monosílabos seguidos. Cuatro como mucho… y solo en caso de peligro inminente. Vamos a quitar de tu texto las espinitas de los monosílabos y a suavizarlo con algo más armónico. Tú escribes:
Se fue, se fue… Y yo sé que él se fue por mí, pues no me va ser feliz.
Y yo le doy el toque de eufonía:
Se fue porque no consigo ser feliz.
¿Y que pasa con esas palabras tan largas como la publicidad de Tele 5 o la coronación de un rey? Que crean un terrible efecto soporífero en quienes te leen. Sí, Inés querida, las palabras largas, que parecen tan importantes, en realidad aburren y provocan confusión porque no son fáciles de leer. «Insistentemente», «padecimiento», «satisfacciones», «propiciándome» tan archisilábicas y tan juntitas dan mucha pereza. No debería haber ninguna seguida de otra, pero, si no te queda más remedio, deja como máximo dos.
Cultiva la proporción al escribir y verás como tu vida es mucho más estable y tu felicidad más frecuente. Venga, que te ayudo con tu texto original.
Se fue, se fue… Y yo sé que él se fue por mí, pues es que no me va ser feliz. Insistentemente la existencia me proporciona temporadas de desmedido padecimiento alternadas con brevísimos episodios de satisfacciones propiciándome inestabilidad permanente. ¡Qué gran cruz! ¡Qué mal ser así! Y él no me dejó sin más ni se fue porque sí: obviamente mi idiosincrasia imposibilita cualesquiera relaciones sentimentales prolongadas. Tal cual. ¿A que sí?
Metámosle ponderación:
Se fue porque soy inestable y este rasgo me vuelve infeliz. Vivo largas temporadas de dolor alternadas con breves rachas buenas. ¡Qué cruz! ¡Qué fastidio ser así! ¿Crees que esta manera de ser hace imposible alguna relación estable?
Como ves, el equilibro hace más apetecibles los textos… y a sus autores. Mide tus palabras, en el sentido literal, y juega con las longitudes sin apalancarte en ninguna. Y al tipo que se fue…, puente de plata; que ya vendrán más y muchísimo mejores.