Sobre el famoso pin parental
Nos pasamos la vida descolgando teléfonos para enrollarnos como persianas, apretándonos el cinturón cada vez que nos avisan de las vacas flacas que vienen y haciendo de tripas corazón ante esas metáforas que no tienen otro objetivo más que ocultar el auténtico nombre de las realidades.
Llamar a las cosas por su nombre se ha convertido en un deporte de riesgo en este siglo —cuando de decir verdades se trata— y la metáfora en un atractivo recurso para vender, confundir, perjudicar al prójimo o servir de dulce paliativo para una dura verdad.
Cualquiera que se haya detenido unos minutos estos días a escuchar, mirar y leer las principales noticias de los medios de comunicación y de las redes sociales, se habrá encontrado con las dos mismas palabras: pin parental. Este concepto, que surge a raíz de un acuerdo firmado entre tres partidos políticos en España para sacar adelante unos presupuestos autonómicos, no queda exento de ambigüedades varias; pues ¿qué es un pin, exactamente, en este contexto?
Usar pin, aun tratándose de una autorización impresa, es una de esas metáforas que, en ocasiones, no siempre es lo sumamente transparente como para saber qué encierra realmente. Si acudimos al Diccionario de la lengua española y tomamos la segunda entrada de esta palabra, veremos que se trata del acrónimo inglés que se escribe de la misma forma (pin) y que proviene de número de identificación personal en dicho idioma. Hoy en día no son pocos los dispositivos electrónicos e incluso aplicaciones que disponen de claves o códigos (pines) a fin de que los niños no presencien imágenes o escenas que sus padres no quieren que vean por su alto contenido sexual, su grado de violencia, su vocabulario…
Dejando a un lado las cuestiones ideológicas y prestando atención a la lengua, este sistema de bloqueo, aplicado a los centros educativos, donde las escenas violentas y sexuales están perseguidas y cuyos objetivos son promover valores como la igualdad, la libertad, la tolerancia y el respecto hacia los demás, da lugar a una metáfora más que peligrosa, pues eso implicaría que los padres deben proteger a sus hijos de algunas actividades que promuevan dichas enseñanzas. Así pues, en vez de pin (voz con cierto aire 2.0), podría haberse hablado de autorización, control o veto parental, que, aunque vendan menos, son palabras más fieles a la realidad.
Otra posible interpretación de la palabra pin en la expresión que nos ocupa podría haberse construido en la principal acepción que figura en la primera entrada de esta palabra: ‘insignia o adorno pequeño que se lleva prendido en la ropa’. Como metonimia, el pin parental podría llegar a interpretarse como que cada niño va marcado por un distintivo impuesto por sus padres para beneficiarse o no del contenido según el tema que se exponga en la clase.
En asuntos importantes como este, llamemos a la realidad de la forma más precisa, pues las metáforas, aunque válidas, no siempre son la mejor opción. Confiemos en que estas no bloqueen a los niños al introducir tres veces por error el código pin ni que aquellos que lleven su insignia sin coser sean las víctimas de una nueva catástrofe generacional.
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