El del nombre interminable

El Libro rojo de Cálamo y Cran

Querida María de las Tildes:

 Tengo un grave problema que me dificulta sobremanera la interacción social. Y es que me llamo Manuel Antonio Nicolás del Dios Altísimo, de nombre, seguido de mis dos apellidos compuestos De las Huertas de Ullastrell y de la Veracruz Oriéntula-Sinisterra. Mis padres me educaron en el respeto a mis orígenes, lo que me inclina a presentarme siempre con mi antropónimo completo no sea que ofenda a algún antepasado. Eso me resulta muy intimidante. Pero yo, a pesar de la docilidad en la que he sido adoctrinado, anhelo la vulgaridad de un sencillo Pepe Martínez. ¿Qué puedo hacer?

M. A. N. D. A. H. U. E. V. O.-S.

Querido Manu (si me permites el hipocorístico), creo que tu único problema es la dificultad que tienes para desobedecer a tus padres. Si no eres un niño pequeño, cosa que no parece a la luz de tu carta y más específicamente de ese «antropónimo» que tan bien has usado, debes saber que tienes todo el derecho a disfrutar de tu vida como quieras, independientemente de lo que tus progenitores esperen de ti o para lo que te hayan educado.

Lo cierto es que puedes hacer con tu nombre lo que te venga en gana, ya que es tuyo, y convertirte en tu propio apellidador. De hecho, en la Edad Media podíamos escoger el apellido que más nos gustara de todos los legados por nuestros antepasados. Y te estoy hablando de la Edad Media, no de los locos años veinte ni de los desfasados ochenta del siglo pasado.

Quizás te anime saber que los nombres propios pueden abreviarse, pero conviene aportar la información necesaria para que sea fácil deducirlos, salvo que prefieras no ser identificado. Por ejemplo, si en realidad te llamaras, como anhelas, Pepe Martínez sería posible abreviar tu apellido con un Mtnez. Y si el nombre completo fuera José Maríapodrías dejarlo en J. M.ª (con su puntito, su espacio después, su otro puntito y su a voladita, fíjate bien) porque se entendería a la primera. Sin embargo, no sería recomendable hacerlo en caso de que tu nombre fuera Jorge María,Jacinto María, Jerónimo María… mucho menos usuales y, por tanto, indeducibles. Y una cosa más: todo el nombre abreviado resultaría extraño, aunque posible, J. M.ª Mtnez.

Otra opción, manso hipernominado, es abreviar con siglas algunos de los nombres de pila, que son los que nos ponen en la pila bautismal o en el registro civil. Y mira qué bien queda: M. A. N. Igual hasta te empodera y te cepillas sin miramientos algunos apellidos ancestrales. Porque, dicho sea de paso, las siglas que forman tu nombre completo generan un acróstico un tanto… ¿chocante?, que convendría evitar.

Te doy la enhorabuena por ese guion tan bien incorporado a la sigla O.-S., porque aparece en Oriéntula-Sinisterra. Y seguro que también sabías que las tildes se mantienen en las siglas. Álex Álvarez podría abreviarse como Á. Á. Como ves, no por mucho acortar nos saltamos la ortografía.

¿Otra posibilidad para evitar tu nombre entero? Los hipocorísticos. Esta palabra de origen griego significa acariciador, pues se trata de un apelativo cariñoso. No siempre reducen la forma de llamar a alguien, porque a veces añaden un sufijo diminutivo, pero resultan agradables y multiplican las opciones. Manuel puede convertirse oficialmente en Manolo, Manu, Man, Lolo, Nolo, Nel… A Antonio le aplicamos los hipocorísticos Antón, Toni, Tano, Nino, Toño, Anto. Y de Nicolás sale Nico, Niky, Nic, Colás, Coli… Con Del Dios Altísimo no sé muy bien qué hacer. Yo creo que podrías prescindir de él ya que, como dios nos ha creado y está en todas partes, incluirlo en tu nombre sería una especie de redundancia conceptual.

Te quejas de la longitud de tus apellidos. No me extraña, pero no desdeñes el pedigrí que te dan. Al ir acompañados de una preposición de lugar deducimos que se trata de apellidos toponímicos, es decir, que incluyen el nombre de un sitio. Ese Huertas de Ullastrell a lo mejor se corresponde con un territorio que poseían tus antepasados. O tal vez solo procedían de él.  Incluso puede ser que simplemente comercializaron allí. ¿Vendían hortalizas tus tatarabuelos, quizás tus trasbisabuelos, posiblemente tus rebisabuelos…? No hay que dar nada por hecho cuando hablamos de toponimias.

Por cierto, Veracruz también es un topónimo: nombra una ciudad mexicana y, además, un municipio oscense hace unos años rebautizado Beranúy y con Beranui como endónimo, o sea el nombre de un lugar en su lengua de origen: el catalán de Ribagorza. Y si un territorio puede decidir el modo de ser identificado, y puede nombrarse de diversas maneras, cómo no vas a poder hacerlo tú, querido Manu Esto y lo Otro y lo de Más Allá.

Reconozco tu acierto al escribir con mayúscula inicial la preposición de tu apellido cuando no va después del nombre, pero en minúscula cuando este aparece. Por escrito eres el señor De las Huertas de Ullastrell…, aunque tu nombre es Manuel Antonio Nicolás del Dios Altísimo de las Huertas de Ullastrell y tal y tal.

La calidad de tu expresión, y no necesariamente tu larga genealogía, me hacen imaginarte culto, abrumado hipernominado. Por eso doy por hecho que sabes que si bien los nombres propios extranjeros son palabras en otro idioma y, por tanto, se escribirían con cursiva o comillas, en realidad no lo hacen. Tecleamos tan ricamente en redonda los nombres de Elvis Presley, Madonna, Lady Gaga, Barack Obama, Coco Chanel…

Y me apuesto una horquilla de mi moño a que estás familiarizado con la idea de que para algunos de los nombres foráneos utilizamos la traducción en español. Por eso Machiavelli es Maquiavelo, Jeanne d’Arc es Juana de Arco y Hieronymus Bosch es el Bosco, por poner pocos ejemplos. Así resulta más fácil recordarlos y escribirlos.

Aunque posiblemente ignores que es falso el viejo mito de que los apellidos con nombres de plantas, oficios y santos son de origen judío: Romero, Sastre, Sanjuán… Esta forma de apellidar ya existía mucho antes de la expulsión y de la conversión de las maltratadas gentes no cristianas.

Y sí, es verdad que la terminación en -ez de los apellidos indica un patronímico: significa hijo de. Pasa lo mismo con un final en z o precedida de otras vocales: Pérez, Gómez, Velázquez, Sánchez, además de Díaz, Muñiz, Quiroz… Claro que también existe la versión en catalán, en la que la z se cambia por la s: Peris, Llopis, Gomis, Sanchis…

Casi todas las lenguas mantienen esta costumbre a su modo, de manera que Johnson y Peters significan en inglés hijo de John e hijo de Peter; en Escocia MacArthur es hijo de Artur, y Fitzgerald de Gerald. En italiano usan -ini como terminación patronímica, que vemos en Martini y Lamborgini. En griego se añade -poulos o -idis, como en Spiropoulos y en Nikopolidis; en japonés, el típico -moto de Sakamoto y de Yamamoto; y en ruso -of, -ov y el femenino -ova, de Davidoff, Varýshnikov y Petrova. Los franceses lo manifiestan al principio con una simple preposición:  Demathieu, Depardieu, Dejean. 

Y hasta aquí llegan mi amabilidad y mi empatía, Manuel de los Infinitos. No, mi nombre no es María de las Tildes. Nunca me pusieron así y nadie puede llamarme así, porque no es como quiero que me nombren. Y si Julieta Capuleto, peleada con su apellido por incompatibilidad con los Montesco, se consolaba con aquello de «Lo que llamamos rosa olería tan dulcemente con cualquier otro nombre», a mí no me la pela la manera en la que dicen mi nombre. ¡Yo soy Mari Tilde! Faltaría.

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