Consejos para escribir mejor: los adverbios terminados en «–mente»
Los dos son largos. Muuuy largos. Demasiado largos. Y lo son sin necesidad, para rellenar, por costumbre, por error.
No vamos a negar que los adverbios terminados en «–mente» son útiles, ya que indican cómo o cuándo suceden las cosas. Complementan verbos («reír escandalosamente»), adjetivos («deliciosamente joven») y otros adverbios («razonablemente pronto»). Pero, como ves, tienen muchas sílabas y, por lo tanto, alargan la oración. Y eso nunca es bueno, ya que las oraciones largas se entienden peor y suelen crear párrafos farragosos y textos insoportables.
Como en un culebrón, el adverbio es ese personaje de relleno, superfluo, que no afecta a la trama pero que añade unos cuantos capítulos a la serie. Adorna. Fíjate y verás que casi nunca hace falta. Pero nos gusta usar adverbios ya que nos parece que con ellos damos cierto aire literario a nuestro estilo («absolutamente, querida», «insultantemente rico», «sufrí física y mentalmente»…). Y nada más lejos de la realidad. García Márquez los considera un «vicio empobrecedor». Y explica: «En español, el adverbio “–mente” es una solución demasiado fácil. Si quieres usar un adverbio terminado en “–mente” y buscas otra palabra, siempre es mejor».
Igual que los diálogos circulares de Pasión de gavilanes, los adverbios casi siempre redundan, repiten sin necesidad lo que ya hemos dicho o vamos a decir. ¿Por qué escribir «La miró fijamente a los ojos» si uno cuando mira lo hace fijamente? De lo contrario no mira; ve. ¿O qué añade el adverbio en el enunciado «sinceramente, José Arnaldo, creo que deberías marcharte», si con el verbo «creo» ya queda implícito que se habla de veras? ¿Y en «señora, usted es irresistiblemente seductora», «el capataz se aproximó a mí excesivamente cerca» o «ahora me vas a escuchar atentamente, traidora»? Estos adverbios, que dotan al texto de subjetividad y dramatismo, tienen todo el aire de muletillas de mal redactor.
Ay, y qué fácil es sucumbir a la fascinación de estas grandilocuentes e hipnóticas palabras, dejarse llevar por su frenesí y, en el enredo, no conformarse con un solo adverbio sino encadenar varios. Y escribir enunciados tan convencionales como «Se besaron lenta, suave pero apasionadamente…». O convertirlos en superlativos: «Nos despedimos tristísimamente».
Y por último: generan rimas internas. Ese «–mente» final que se repite adverbio tras adverbio, párrafo tras párrafo, arruina cualquier texto. De hecho, no encontrarás ninguno en El amor en los tiempos del cólera. Y no es por casualidad.
En resumen: del mismo modo que se necesita mucho talento si se desea ganar audiencia con Juego de Tronos o Breaking bad, hace falta dominar el estilo para utilizar bien los adverbios terminados en «–mente». La mayoría de nosotros haríamos bien en renunciar a ellos. Solo podremos usarlos cuando seamos capaces de dirigirnos a un árbol como lo hace el poeta Dámaso Alonso: «¡Oh, suave, triste, dulce monstruo verde, / tan verdemente pensativo». Nada que ver con un culebrón.
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