Pensar en digital o de cómo esto puede no ser un título aunque lo parezca

El Libro rojo de Cálamo y Cran

En el curso de creación de libros electrónicos insistimos en la importancia de «pensar en digital» durante el proceso editorial, pero pensar en digital no significa pensar el libro para un soporte digital, sino precisamente pensarlo al margen de cualquier soporte.

Hasta no hace mucho, la única forma de pensar un libro era pensarlo en papel y es por eso por lo que,  parafraseando a McLuhan, la forma ha acabado convirtiéndose en el contenido, y aún hoy a muchos profesionales del sector les cuesta imaginar el libro sin pensarlo en su forma física y concreta en papel. Por tanto, los pasos que dan a lo largo del proceso de edición tienden a cumplir únicamente con las condiciones de esa materialidad final que así se imponen consciente o inconscientemente. La más evidente de esas condiciones es pensar que solo importa lo que se ve, y  se trabaja para que el contenido se vea estructurado de acuerdo a las convenciones visuales, pero no siempre se crea realmente esa estructura. Por eso, un primer paso para pensar en digital es imaginar que no podemos ver. Para los ciegos que acceden a textos a través de programas de ayuda, la representación visual de las estructuras carece de valor. Lo que necesitan es que esa estructura esté realmente creada a través de un etiquetado que defina la organización de ese contenido correctamente.  Pensar en digital supone centrarse inicialmente en establecer esa estructura y crearla correctamente antes incluso de saber cómo va a plasmarse, no digo solo si en papel o en un soporte digital, sino antes de decidir cuál va a ser la tipografía, el tamaño de letra o el color que vamos a usar.

Se trata de abstraerse de la forma material concreta, separando el contenido de su forma. Definir una estructura separada de su formato visual final nos permitirá verterla en diferentes moldes cuando sea necesario y además hacerlo de forma más sencilla. Ahora que el acceso a un mismo contenido no se realiza exclusivamente a través del papel, tener nuestro libro organizado de acuerdo a estos principios nos facilitará poder mostrarlo también en nuevos formatos y soportes con menor esfuerzo.

Fijémonos en el título de este texto. En la página web donde se publique aparecerá en letra más grande y  en negrita. Detectaremos que es el título de lo que viene a continuación porque reconocemos esa convención visual. Pero si cerramos los ojos y solo escuchamos el texto, ¿cómo saber si es un título o el primer párrafo del texto? ¿Cómo identificarlo si este texto se transmite en morse? Para que pueda manifestarse  como título también cuando no puede verse, es necesario que esté marcado mediante una etiqueta que indica claramente que ese contenido no es un párrafo más, sino un título de un nivel concreto dentro de la jerarquía de títulos del documento. Y es ese etiquetado el que nos permitirá mostrarlo de forma adecuada en cualquier circunstancia.

Veámoslo. Pulsa con el botón derecho de tu ratón sobre este texto y elige la opción «Ver código fuente de la página». En la nueva ventana que se abra utiliza su buscador para encontrar el texto correspondiente al título de este artículo. Lo encontrarás varias veces, pero una de ellas, seguramente la ultima, estará justo detrás de la etiqueta <h1>. El que en la web lo veas en negrita y más grande es solo una forma visual de mostrar que es un encabezado. Pero para que se mantenga en cualquier contexto (por ejemplo si el texto lo lee un lector de voz) y en cualquier soporte, lo importante es precisamente que lleve esa etiqueta que lo identifica como título y no que tenga ya una apariencia visual concreta.

Ese etiquetado bastará para que el título se plasme como tal de acuerdo a la convención concreta en cada formato. Si además, queremos dotarle de características adicionales, lo haremos gracias a otra tarea fundamental en maquetación: «maquetar con estilo», es decir, crear estilos con características de formato definidas que se aplicarán a cada una de las estructuras del contenido. Esto permite, si es necesario,  cambiar el aspecto rápidamente tanto para hacer cambios de diseño como para ajustarlo a las características del medio en el que se va a plasmar en cada caso: papel, página web, libro electrónico, etc. Y no se trata de hacer todo esto con complicados códigos al alcance solo de informáticos, porque todos los programas de maquetación y procesadores de texto trabajan de esta forma: basta con no dejarnos guiar solo con la apariencia visual, sino asegurarnos de que en el programa que usemos marcamos correctamente la función que cumple cada elemento (título, párrafo, lista, tabla,…) y le apliquemos a su vez un estilo con el formato concreto que deseamos.

Pero el código tampoco produce alergia Antes de la autoedición que trajeron programas como PageMaker o posteriormente Quark o inDesign, se componía también mediante etiquetado. Y los profesionales del libro, incuso lo más recalcitrantemente analógicos, introducen marcas continuamente en los textos. Por ejemplo, las marcas de corrección no son sino un código que nos sirve para indicar que un elemento concreto debería ir en cursiva o negrita. Los lenguajes de marcado (HTML y XML) que utilizamos para estructurar los contenidos no son complicados y nos permitirán de forma análoga marcar qué debe ir en cursiva o negrita o indicar que un elemento pertenece a una tabla o a una lista.

Lo ideal en el proceso de edición es que los contenidos tengan una primera fase consistente en establecer ese marcado para posteriormente, con procesos relativamente automáticos, plasmarlo en formatos diferentes. Actualmente, lo habitual, por desgracia,  es trabajar pensando únicamente en papel para posteriormente realizar conversiones a otros formatos de forma concreta y costosa. Un primer paso debe ser, por tanto, preparar los contenidos de una forma estructurada que nos permita con más facilidad volcar ese contenido en diferentes versiones en papel y en diferentes formatos digitales así como en cualquier otro formato por venir.

Y básicamente eso es lo primero que aprendemos en el curso de creación de libros electrónicos, a pensar en digital, aunque después, lógicamente, nos centremos en la realización de un libro electrónico, pero ya teniendo claro que una primera fase es común a cualquier formato en que vayamos a concretar nuestro trabajo: etiquetar el contenido y crear estilos para darle el aspecto que deseamos.

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Valentín Pérez Venzalá

Profesor de eBook y Edición Se ha dedicado profesionalmente a la informática durante muchos años en una agencia interactiva, labor que ha compaginado con la dirección de la revista digital de arte y literatura «Minotauro Digital».

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