Sobre los concursos de diseño

El Libro rojo de Cálamo y Cran

Desde comienzos del siglo XX, en que se comienza a dar gran importancia a la comunicación visual, es habitual que para encontrar una “imagen” se utilice un recurso conocido, los concursos, que hoy se encuentran en todos los ámbitos. Como no es oro todo lo que reluce, hablemos un poco de ellos desde la visión del diseñador.

Para empezar, hay que distinguir entre concursos de diseño y concursos de arte, pues en lo segundo las obras pueden ser expuestas, premiadas, cedidas, vendidas, etc., pero cada una (cuadros, fotografías, dibujos, esculturas, etc.) tiene una vida independiente tras el evento. La entidad convocante puede interesarse por una o varias obras presentadas, crear un fondo o una publicación a propósito o bien darles salida de algún modo, pero las obras siguen viviendo.

En cambio, en los concursos de diseño, cada obra sólo tiene sentido en el evento para el que se ha creado. La imagen elegida (un cartel, un logotipo) sólo puede ser una de ellas, una sola (no tienen sentido siete logotipos del mismo tinglado), y el resto, aunque se expongan, no pueden tener vida independiente tras el evento (si se adaptan para otro asunto, entonces ya no son las mismas, son otras).

Esto hace que cada diseño sea una obra única, que nace y muere en ese concurso, y por tanto su concepción es mucho más efímera y su permanencia en el tiempo casi nula, excepto si es premiado.

En principio, los concursos se conciben como un modo de abrir la posibilidad de crear una imagen a cualquiera que tenga interés y capacidad gráfica para comunicar, sin necesidad de ser expresamente profesional. Eso suena bien, pero tal vez convenga matizar un poco:

Aspectos positivos de los concursos de diseño:

–          Su mayor mérito es que abren la producción gráfica al gran público, la “democratizan”, y obras de cualquier aficionado pueden merecer y llegar a ser la cara de cualquier evento interesante.

–          Consiguen que muchas personas se impliquen en el mundo del diseño, se interesen por su mecánica y por la concepción de una imagen.

Aspectos negativos:

–          Que los premios pueden ser muy modestos, comparados con lo que facturaría por ello un estudio profesional, llegando a ser en género (una colección de libros o un portátil) o intangibles o incluso simbólicos (una tarjeta de cliente, un vale de descuento, una entrada gratis). Eso banaliza y trivializa el trabajo de diseño.

–          A veces, si el jurado no está muy inspirado, puede caerse en premiar el diseño más banal. No sólo se banaliza el trabajo, sino también el resultado.

–          El muy recurrente “olvido” de los delicados derechos de autor, cuando algún diseño presentado y no premiado del concurso es “revisado” y utilizado para otro fin posterior. Eso, directamente, es ilegal: toda cesión de derechos de uso y reproducción de una propiedad intelectual se debe efectuar mediante una transacción económica.

Todo esto, en términos generales. Pero recientemente ha aparecido un tipo de concurso de diseño ligeramente diferente, que consiste en premiar una obra que no se garantiza que se vaya a mantener exactamente como se presentó, sino que la organización del evento se reserva el derecho a modificarla como considere oportuno para adecuarla a sus fines (un ejemplo: la elección del logotipo para Madrid Olímpico 2020). Esto nunca se ha dado en los concursos de arte. No nos cabe creer que en un concurso de pintura al óleo le digan al premiado: ” tu cuadro es el ganador, pero hemos pensado que vamos a quitar ese caballo de crin ondeante y pondremos una moto con sidecar”.

Eso, que en un concurso de diseño parece un detalle menor, puesto que el premiado ya ha cobrado por su obra, tiene una interesante interpretación inmediata: el concurso así concebido termina siendo un modo rápido de conseguir muchas propuestas nuevas,alguna de las cuales puede ser excelente, y que luego un estudio se encargará de modificar y rediseñar. Es decir, que considera cada obra presentada no como una obra final, sino como un boceto de algo que está a medias, y que se parte de él para llegar al resultado acabado.

En otras palabras, significa que lo que se presenta no es una “obra”, sino una “idea”, y por tanto sujeta a la evolución afortunada o desafortunada que los jurados o estudios tengan a bien discurrir.

No obstante, si eso ya no es un concurso de obras sino de ideas, entonces no se premia pordiseñar, sino por imaginar. Y eso es un asunto muy diferente. Eso tan costoso, tan difícil, tan cotizado, en realidad tendría que pagarse a cada uno de los concursantes, no sólo al premiado. Y aun así saldrían ganando, pues si el proyecto usara propuestas (bocetos) de varias empresas de diseño, éstas valorarían sus honorarios a un nivel varias veces más alto.

Dadme ideas gratis, y sólo pagaré la que me guste. Eso sí que es rebajar la consideración.

Por otra parte, tiene dos interpretaciones profundas. Una, positiva, que crece la tendencia a considerar las obras como “vivas”, no estáticas, no definitivas como hasta ahora, sino partícipes de la propia evolución de la existencia humana.

Otra, negativa, que el diseño (y por extensión, el arte) es efímero, es provisional, es momentáneo, es siempre revisable. Sólo tiene valor si es “lo último”. Y eso sí lo encontramos en otros campos como la dictadura de la moda o la abundancia del “arte instantáneo” (las performances), o en la intrigante tendencia a rodar refritos revisados de grandes y famosas películas. Si una obra tiene éxito, todo el mundo debe conocerla en dos semanas, pues luego será out, y si algo es de hace tres o cuatro años, entonces pasa a ser directamente retro.

¿El diseño artístico es revisable, hay que irlo actualizando, hay que ponerlo constantemente al día?

Si algo tiene como principal valor ser “lo último”, entonces cuando deja de ser lo último y aparece lo siguiente se pone en evidencia que apenas tenía algún valor por sí mismo.

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Fernando J. Salgado

Fernando J. Salgado

Profesor de Diseño gráfico Diseñador gráfico, maquetador e ilustrador artístico, historietista y rotulista. Hace más de una década que forma parte del equipo de Cálamo y Cran.

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