El adverbio no tiene dueño
Los adverbios nos dicen cómo, dónde, cuánto y algunas cosas más acerca del resto de las palabras. Es decir, en términos generales nos hablan de las circunstancias en las que las cosas suceden o son. Gracias a los adverbios nunca llegamos tarde a una cita, vivimos cerca de un amigo, leemos bastante durante las vacaciones, nos marchamos muy lejos y quizás estemos hechos el uno para el otro.
Hay muchos adverbios, agrupados todos ellos en siete categorías, y dan muchísimo juego ya que sazonan con detalles precisos la información y proporcionan vidilla a lo que escribimos. Pero, ay, por abundantes que sean no podemos repartirlos entre los hablantes. Así, no es posible que tú tengas unos cuantos adverbios y yo otros tantos más. Los adverbios no tienen dueño por la sencilla razón de que, como el aire, son de todos.
Sin embargo, observo la tendencia creciente a apoderarse de los adverbios de lugar. Es verdad que muchos queremos tener un pequeño patrimonio territorial: un apartamento en la playa, un ático en la ciudad, una finquita rural… Y como hacerse con cualquiera de ellos no parece nada fácil, nos conformamos con apropiarnos de los adverbios de lugar… que algo de territorio nos tocará. Y emitimos fealdades del tipo:
Ponte detrás mío*
Se situó cerca nuestro*
Estábamos debajo suyo*
La vi delante mía*
Se plantó enfrente suyo*
Pero eso está mal, es quedarse con lo que no es de uno. Lo correcto es eliminar ese posesivo que acompaña al adverbio y sustituirlo por la, mucho más correcta, preposición «de» y el pronombre adecuado. Elegante y desprendido.
Ponte detrás de mí
Se situó cerca de nosotros
Estábamos debajo de él
La vi delante de mí
Se plantó enfrente de él
Quizás esa costumbre de apropiarse de los adverbios de lugar se produce por contagio, ya que sí es correcto afirmar «se puso en contra mía», «lo haré a pesar vuestro», «vivimos a costa nuestra» o «se acomodó al lado mío». Pero no hay que confundirse, ya que «contra», «pesar», «costa» y «lado» son sustantivos, comunes nombres, y no adverbios. Sabemos que son nombres porque delante podemos escribir un artículo («el lado», «la costa», «un pesar»), algo que jamás acompañará a los adverbios. Y los nombres sí se poseen y se comparten: cada uno tenemos el nuestro. Incluso los hay que hasta pueden presumir de varios y, como el Rolex o un apartamento, pasárselos a su descendencia.
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