«Era capaz de vender libros sin el libro», señalaba Xabier Moret sobre Carlos Barral en su ensayo sobre la edición. Un libro sin el libro es una perfecta greguería que ahora define con precisión un ebook. Carlos Barral habría sido el primero en ver la oportunidad de negocio. Y esa oportunidad de negocio conlleva una reacción en cadena: cambios en la producción, en la distribución, en la venta, en la promoción.
La industria del libro lleva años sumida en una reconversión industrial. Un cambio que el sector va aceptando a regañadientes porque exige un cambio profundo de mentalidad: los procesos son los mismos, pero en digital, simplificados; los productos son distintos: sigue habiendo libros, de papel, pero muchos más subproductos asociados. Hay muchas más oportunidades que desventajas, pero para llegar a ellas hay que aceptar plenamente el cambio. Quienes han aceptado el reto han tenido que reconvertir y actualizar a sus equipos, a sus profesionales. No es un gasto, es una inversión.
Volcar un catálogo a ebook, trabajar con metadatos, aumentar la productividad con Word, InCopy e InDesign; promover la gestión digitalizada, facilitar la posibilidad de trabajar en remoto, acceder a otros mercados y establecer nuevas relaciones, asumir la identidad y la imagen propia que se proyecta en las redes y medios, o aprender a seleccionar profesionales con nuevas aptitudes: estas son solo algunas de las tareas que exigen un cambio pautado, una reflexión, una puesta al día… pero sin pausa. El tiempo vuela y cuesta.
A lo largo de mis más de 20 años de docente en Cálamo&Cran, y consultor para editoriales, he podido comprobar que esa negación del cambio —una especie de orgullosa resistencia tradicionalista— tiene mucho que ver con la herencia ludita de quienes nos formamos en Letras y Humanidades; una resistencia tecnológica solo justificada por el natural rechazo del ser humano a cualquier cambio. A pensar, en definitiva, que los libros siempre se han hecho así y no tiene por qué cambiarse ningún proceso si siempre salieron bien. Mientras, el tiempo sigue corriendo y se derrocha.
La necesidad de cambio viene dada por la competencia y la sostenibilidad: la evolución. El entorno ha cambiado: no solo aparecen nuevas versiones de programas —que es lo menos preocupante—, sino que nos facilitan que el flujo editorial sea más rápido, más ligero, más productivo… y, sobre todo, más rentable. La mayoría de las veces que he intervenido como instructor para actualizar a un equipo de profesionales, no ha hecho falta invertir en nueva tecnología, sino en aprender a explotar realmente todos los recursos que ofrecen todo lo que ya tenían instalado. Un ejemplo: editar y corregir en pantalla, sin papel, y a distancia, con una buena gestión de la documentación y el proceso —y usando bien todo lo que nos ofrecen los programas de nuestro equipo— puede reducir los tiempos y costes en un 40%, porque se suprimen la impresión de copias, los envíos y devoluciones de mensajería, la lectura e inserción de cambios y los desplazamientos inútiles de profesionales, a la vez que se potencia la productividad. Todo este tiempo ahorrado sirve tanto para ofrecer unas mejores condiciones laborales, como tiempo para dedicarlo a la calidad y a procesos que exijan más tiempo (planificación, distribución, marketing).
Formarse significa reducir tiempos y costes, y redistribución de ese derroche de horas y euros en los procesos que nos abren vías a mejorar y destacar nuestro producto.
Adaptarse a la reconversión, exige inversión (no «gasto») en formación: por eso las editoriales, como cualquier empresa española, disponen de un generoso crédito de FUNDAE siempre a su disposición.
Tenemos que ser capaces de vender «libros sin libros», en un momento en el que la mayor demanda son contenidos; contenidos de calidad, sostenibles y rentables. Solo la formación nos lleva a ello.
Cursos de edición
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Cursos de traducción
Cursos de diseño gráfico y maquetación
Cursos de creación de contenidos
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