Ese infinitivo con aires de emperador quería mandar y exclamaba a sus súbditos:
¡Traer* a los prisioneros!
¡Cortar* las cabezas de los enemigos!
¡Cortar* el césped, de paso!
Pero nadie le hacía caso porque el infinitivo no sirve para mandar. Eso solo puede hacerlo el imperativo:
¡Bailad la danza del vientre!
¡Presto, servid los faisanes!
¡Alzad vuestras copas!
Decid a esa dama que aguarde en mis aposentos
Esa terminación en d en lugar de en r, a pesar de su aparente insignificancia, marca la diferencia entre un infinitivo con pretensiones y la verdadera autoridad del imperativo. Este modo verbal guarda un sospechoso parecido con la palabra «emperador». De hecho, ambos términos proceden de imperare, la versión latina de «mandar», cosa que no le sucede al infinitivo. Este tiene su origen en infinitus, que significa «sin delimitar», «indeterminado», «incompleto». O sea, con poca entidad, que él solo hace más bien poco.
El infinitivo, como mucho, puede recomendar:
Lavar a mano
Manejar con precaución
Mezclar despacio
Dejar entrar antes de salir
Guardar silencio
Pero órdenes, lo que se dice órdenes («haz esto, pon lo otro, quita lo de más allá»), no puede darlas. Lo cierto es que le permiten mandar un poco cuando es consorte. O sea, solo si se arrima a la preposición reina, la primera de todas y las más breve que existe: la a. Llegados a este punto, y conociendo al usurpador infinitivo, seguro que se trata de una unión de pura conveniencia.
Tú, ¡a callar!
Usted, a terminar el discurso que ya estamos hartos
Y ahora, a dormir. Que llevo un diíta…
El caso es que el infinitivo consiste en una forma verbal no personal, razón por la que no puede conjugarse. Por tanto, no tiene persona, número (singular o plural), tiempo (pasado, presente y futuro), modo (ni indicativo ni subjuntivo), aspecto (que nos indica si la acción que expresa el verbo se realiza por completo o no) y voz (activa o pasiva). Con tantas carencias, ¿cómo va a conseguir imponerse y dar órdenes aquí y allá? Si hasta le llaman verboide porque es más un sustantivo que otra cosa (como en «el vivir bien llega a su fin», por ejemplo). Es un verbo pobre, ya ves, por lo que para conjugarse debe ir acompañado de un verbo auxiliar.
Déjame hablar
Necesitamos decidir
Me tienes que convencer
Pero su función es importante, ya que como buen sustantivo el infinitivo da nombre al verbo. Por eso decimos «el verbo abdicar», «el verbo escoger» y «el verbo instituir». Así, en infinitivo.
O sea, que el infinitivo tiene su razón de ser. Pero mandar, no. Mandar no puede; no le obligues a hacerlo o tendrás que vértelas con el imperativo… que es el verbo con más autoridad de todos.
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